miércoles, 9 de octubre de 2013

El pueblo cubano sabe que el embargo no es la causa de los males


Por Victor Ariel Gonzalez
La Habana

El embargo norteamericano a Cuba (“Bloqueo económico, financiero y genocida del imperialismo yanqui”, según el discurso del Gobierno de La Habana), establecido en los primeros años de la década de 1960, ha sido utilizado sistemáticamente para justificar las carencias y fracasos cuya responsabilidad recae principalmente sobre los hombros del castrismo. Durante la presente semana, Granma se ha hecho eco una vez más de una campaña anti embargo que se desarrolla con mayor o menor fuerza por determinados períodos del año.

Esta situación puede estar relacionada con la 68ª Asamblea General de las Naciones Unidas, que comenzó hace unas semanas y en donde varios países se expresaron contra la política norteamericana de aislamiento hacia Cuba, a juzgar por reportajes en los diarios estatales cubanos.

Es un hecho que el embargo que el gobierno de EE.UU. se niega a levantar afecta en cierta medida a la economía cubana, pero el régimen castrista ha llevado a las medidas restrictivas impuestas más allá de su alcance inicial y las ha utilizado a su favor durante décadas para lograr la unidad hacia dentro de la Isla, alrededor del diferendo entre ambos países. El castrismo ha pretendido que las diferentes administraciones de la Casa Blanca queden como “enemigas” del pueblo cubano.

Todas estas campañas políticas son contraproducentes hoy por hoy: el pueblo cubano no percibe a EE.UU. como un enemigo, sino todo lo contrario.  La gente dejó de creer hace mucho tiempo que los problemas sistémicos que tiene Cuba se originan en causas que están fuera del territorio nacional.

Sería verdaderamente positivo que  terminara el embargo, pero mientras exista en Cuba un gobierno represivo y un Estado sin los derechos sobre los cuales se basan las grandes democracias históricas, es muy poco posible que EE.UU. termine con las restricciones.
 

Raúl Castro, en vez de reforzar el discurso de aislamiento con el vecino del norte, debería contribuir a los aires de distensión que provienen fundamentalmente de Washington y promover un clima seguro para la transición iniciada hace años, que ni siquiera él ni su hermano pudieron ni podrán evitar.

Cuando los cambios necesarios en la política y la legitimidad de los líderes lleguen, entonces ya se podrán iniciar negociaciones verdaderamente serias hacia la normalización de las relaciones bilaterales: un paso fundamental en la transición cubana.

No se logra nada con que la casta verde olivo se adueñe del país y el Estado se convierta en el dueño absoluto del futuro cubano, como parece estar ocurriendo con las grandes inversiones y las reformas que tienen a entronizar a los antiguos comunistas como los grandes magnates de la economía en un mañana no muy lejano.



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