El sábado 29 de marzo se presentó al Parlamento cubano la nueva Ley de Inversión Extranjera, otra de las anunciadas transformaciones de las últimas semanas para el sistema económico cubano. Este proceso tiene que ver, entre otras cosas, con los lineamientos aprobados por el 6to Congreso del PCC.
Son los dirigentes del Partido Comunista, los actuales dueños de Cuba, quienes a partir de 1959 comenzaron a expropiar a las empresas privadas que radicaban aquí, tanto nacionales como extranjeras. La centralización de la economía alrededor del Estado, que pasó a ser el propietario absoluto de cuanta riqueza había en la Isla, condujo a la situación que enfrentamos hoy, cinco décadas más tarde: la peor y más larga crisis en la historia del país. Cuba jamás fue tan pobre como lo es ahora.
Luego de la revolución que se hizo en nombre del comunismo, la economía pasó a depender de la U.R.S.S. como no había dependido ni siquiera de los EE.UU. La enfermiza relación comercial con el bloque soviético provocó que, a la caída del muro de Berlín, le sucediera al régimen castrista la brutal crisis de los 90’, que no ha terminado. Fue el resultado de la dependencia hacia una potencia extranjera, a una economía foránea.
En aquel entonces, hubo de despenalizarse el dólar norteamericano y abrir el país a la inversión extranjera. Varias empresas, principalmente del sector turístico, comenzaron a traer capital a Cuba y gracias a ellas la dictadura pudo resistir el duro golpe que representó la pérdida del asidero soviético. Por primera vez, luego de 1959, la Isla se puso a la venta. Fidel Castro tuvo que recurrir al gran capital para salvar su querido “socialismo”.
Con la entrada al escenario de Venezuela a fines de la década de 1990, la situación de apertura varió un poco. El castrismo tuvo la oportunidad de cerrarse otra vez, de monopolizar la vida del país, una vez más. La economía cubana ahora dependía de otra, extranjera, esta vez de la nación petrolera sudamericana y de la alianza con Hugo Chávez, un megalómano discípulo de Castro.
La dependencia hacia Venezuela se ha hecho creciente, de forma tal que de aquel país Cuba obtiene inmensos subsidios energéticos. De interrumpirse ese flujo de recursos fundamental para Raúl Castro (el sucesor dinástico de Fidel), el régimen cubano experimentaría una contracción financiera muy peligrosa para conservar su statu quo.
Sobre todo porque ya Cuba no es la misma que la de principios de los 90’. La gente está mucho más despolitizada y cansada de una situación que nunca mejora lo suficiente como para decir que se ha superado la crisis. Hay demasiados problemas acumulados.
Por eso, es que la nueva legislación sobre la inversión extranjera está destinada sobre todo a diversificar la economía cubana: se necesitan nuevos socios, porque es casi seguro que las relaciones Venezuela-Cuba no podrán seguir teniendo la escala que actualmente poseen. Raúl Castro está a punto de perder a su gran aliado, y no sabe para dónde va a mirar después de que caiga Maduro. Actualmente estudia a socios potenciales. Por otra parte, el presidente venezolano está demostrando ser un inepto para lidiar con las protestas de su pueblo. Los venezolanos están cansados también, con razón.
Porque, tal como dice la célebre frase: “no se puede engañar a todo el mundo, todo el tiempo”. Venezuela se tambalea porque su gente está cansada de crisis. La relación con Cuba también peligra porque se basa en intereses ideológicos más que económicos, y la vez los cubanos ya no creen en lo que dicen sus gobernantes.
¿Cómo soportarán los cubanos otra caída sin haberse recuperado de las anteriores?
El nuevo engaño de la administración raulista está en hacerle creer a inversionistas extranjeros que su capital estará seguro aquí. Está tratando de convencerlos de que Cuba llegará a ser, inclusive, un paraíso fiscal en donde no tendrán que hacer declaraciones sobre los ingresos personales. El país se convertirá, tal vez, en una lavadora gigante de dinero ilegal, pues no importa de dónde provengan las finanzas de los que se arriesguen a invertir en el Mariel: lo que quieren los gobernantes cubanos es dinero para mantenerse eternamente en el poder. Lo demás, no importa. No es hora de tener escrúpulos, si es que alguna vez los tuvieron.
Finalmente, ¿qué dirían todos esos propietarios en Cuba cuyas economías fueron destruidas con la llegada de los comunistas al poder? Para 1958, meses antes de la revolución, Cuba tenía una de las mejores economías del continente. El progreso que se logró en los años de la República ha llegado hasta nuestros días, reflejado en las construcciones de dejaron los grandes empresarios de antaño, las cuales no han podido ser igualadas en toda la era revolucionaria. Ellas son el símbolo de lo que alguna vez existió aquí.
Los dirigentes cubanos se dedicaron a destruir el país, y ahora lo sacan de nuevo a la venta. Han terminado pareciéndose a los ricos propietarios que tanto critican con su propaganda igualitarista. Sólo que aquellos sí eran los dueños legítimos del gran capital cubano, del que hoy quedan sólo las migajas, que el general-presidente pretende convertir en el pan del cual él y su camarilla se llevarán el mayor pedazo.
No se puede invertir en el país de los grandes ladrones.
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• “La inversión extranjera se actualiza” Diario Juventud Rebelde. 26 de marzo de 2014. Pág.4
Por Víctor Ariel González