La victoria en Venezuela que no quería Raúl Castro
Las elecciones del 14 de abril en Venezuela debían haber consolidado la influencia castrista en el país suramericano. Nicolás Maduro era la ficha escogida, era el hombre de La Habana. El triunfo electoral debía legitimarlo en Venezuela, en el mundo y dentro de las filas chavistas. La oposición venezolana quedaría desmoralizada. No habría que usar la represión violenta para neutralizarla. La maquinaria dictatorial la ahogaría lentamente.
No había ninguna razón para dudar del resultado electoral. A la muerte de Chávez los medios de prensa y los encuestadores informaban que la popularidad de Maduro le aseguraba la presidencia por un margen sustancial. La cúpula castrista estaba feliz, tendría petróleo venezolano para continuar maniobrando una transición a la vietnamita.
Con el triunfo de Maduro la oposición democrática cubana quedaría desmoralizada. La reforma migratoria y la salida de disidentes darían la impresión que la era del cambio había comenzado. Eventualmente el gobierno de Obama permitiría que el turismo estadounidense viajara a Cuba a gastar miles de millones de dólares. Luego levantaría el embargo y llegarían las inversiones de los Estados Unidos que salvarían la dictadura reciclada.
Entonces sucedió lo inesperado. La campaña de Nicolás Maduro comenzó a hacer agua mientras que Enrique Capriles mejoraba su posicionamiento. Ni el esquema de fraude previsto garantizaba el triunfo a Maduro. La cúpula chavista se vio obligada a recurrir a métodos burdos de intimidación y timo. Ni aun así ganaron, tuvieron que robarse la elección.
Lo demás se desarrolla día a día. Nicolás Maduro ha ido perdiendo prestigio dentro y fuera de Venezuela. La oposición venezolana ha actuado con suma inteligencia reclamando el conteo de votos y pidiendo solidaridad internacional.
No había ninguna razón para dudar del resultado electoral. A la muerte de Chávez los medios de prensa y los encuestadores informaban que la popularidad de Maduro le aseguraba la presidencia por un margen sustancial. La cúpula castrista estaba feliz, tendría petróleo venezolano para continuar maniobrando una transición a la vietnamita.
Con el triunfo de Maduro la oposición democrática cubana quedaría desmoralizada. La reforma migratoria y la salida de disidentes darían la impresión que la era del cambio había comenzado. Eventualmente el gobierno de Obama permitiría que el turismo estadounidense viajara a Cuba a gastar miles de millones de dólares. Luego levantaría el embargo y llegarían las inversiones de los Estados Unidos que salvarían la dictadura reciclada.
Entonces sucedió lo inesperado. La campaña de Nicolás Maduro comenzó a hacer agua mientras que Enrique Capriles mejoraba su posicionamiento. Ni el esquema de fraude previsto garantizaba el triunfo a Maduro. La cúpula chavista se vio obligada a recurrir a métodos burdos de intimidación y timo. Ni aun así ganaron, tuvieron que robarse la elección.
Lo demás se desarrolla día a día. Nicolás Maduro ha ido perdiendo prestigio dentro y fuera de Venezuela. La oposición venezolana ha actuado con suma inteligencia reclamando el conteo de votos y pidiendo solidaridad internacional.
Raúl Castro y sus octogenarios nunca imaginaron un escenario tan desfavorable y potencialmente inestable. Definitivamente no es el triunfo que planearon, que esperaban y que necesitaban.
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