Señales de humo para quienes no tienen un teléfono móvil ni Internet en Cuba
Por: Elsa Ivón Gómez Marín
Mientras en África la mitad de la población tiene teléfonos moviles y en Cuba, con once millones de habitantes podría haber un millón y medio de unidades, yo formo parte de la multitud de ciudadanos de a pie que todavía no han realizado algún contrato con esa compañía que posee el monopolio de la telefonía en Cuba: Etecsa. Especialmente luego que esta compró los últimos intereses que quedaban a corporaciones extranjeras con las que por algún tiempo sostuvo transacciones (hasta que le dejaron totalmente montada la infraestructura necesaria).
Todavía no poseo móvil, para muchos como yo un medio inaccesible por el momento a causa de los elevados precios para su inversión inicial y mantenimiento; mucho menos un teléfono fijo, que en el caso de mi pueblo, Taguayabón, constituye un privilegio reservado para los que de una forma u otra se beneficia el dueño de Etecsa, el mismo de todos los grandes negocios en Cuba.
Contrasta el hecho por ejemplo, de que ninguna institución religiosa, de las muchas que posee la localidad, goce de este beneficio, ni la logia de All Fellows, ni la iglesia católica, pentecostal o el salón del Reino de los Testigos de Jehová, ni siquiera la iglesia bautista, con setenta y cuatro años de existencia y a pesar de realizar varias veces la solicitud en el pasado.
A pesar de mi no existencia todavía en el mundo de las telecomunicaciones no obstante el siglo XXI, he escuchado los testimonios de aquellos que ya han incursionado y se quejan de las trampas de Etecsa. Los desmanes de Cubacel por ejemplo llegan al límite de que en esa red social que llaman twitter, también desconocida para mí, me cuentan que a cada rato alguien tiene que esgrimir una divulgada etiqueta conocida como #CensuraCubacel para denunciar cualquier modalidad de las muchas que dicen se implementan como servicio para la policía política que domina este país, y a la medida de muchos de sus irrespetados clientes.
Cuando el cuerpo represivo lo ordena cualquier teléfono, fijo o móvil, queda sin servicio, a veces durante varios días, como ocurrió cuando la visita papal; recuérdese aquella descarada operación con la cual la Seguridad del Estado celebrara su 53 Aniversario el 26 de marzo de 2012 denominada «Voto de Silencio», con más record de interferencias que las que pueda desatar cualquier tormenta solar por fuerte que fuere. Con esos truenos, como decimos en cubano, a cualquiera de a pie como yo se le van las ganas de montar en el tren de los conectados.
Ni hablar de la ausencia de Internet para cualquier cubano, un amigo me comenta que resulta inadmisible que todavía en el salón de Etecsa de Santa Clara, por ejemplo, se niegue el servicio de conexión a los cubanos a quienes se prohíbe la venta de tarjetas para navegación, incurriéndose con ello en una violación flagrante a la Constitución que declara que nadie podrá ser discriminado por su origen nacional, pero así las cosas.
El colmo de los colmos resultó para mí cuando el otro día fui a hacer uso de una de las pocas opciones a las que he quedado relegada y el encargado, nombrado Chely Cueto, me dijo que a personas como yo no se ofrecerían más servicios en su negocio. Se trata de uno de los cinco centros agentes o comunitarios que tenemos en el poblado y que consiste en dos teléfonos, uno para recibir llamadas y otro para realizarlas, ubicados en casas y administrados por sus dueños y que cobran de acuerdo a tarifas preestablecidas teniendo en cuenta el tiempo y distancia de las llamadas realizadas, o por el envío de recados casi siempre consistentes en avisos previos de llamadas para horas determinadas con tiempo suficiente de anticipación.
Pues bien, fui a reclamar a Chely quien había incumplido su responsabilidad al no avisarme de un recado, aun conociendo de problemas que tengo con varios familiares enfermos, como el caso de mi padre con severos problemas cardiovasculares. La defensa de Chely, de manera ofensiva e incluso ante la presencia de otros clientes fue que yo quedaba excluida totalmente de sus servicios por ser una “contrarrevolucionaria”, y todo esto por los contactos que sostengo desde hace algún tiempo con opositores al régimen, aun cuando hasta ahora no me había afiliado a ninguna organización, especialmente con miembros del conocido partido opositor Cuba Independiente y Democrática, del cual ahora sí que estoy decidida a fundar una delegación, y porque a título personal nunca me quedo en silencio ante todas las injusticias que se cometen cada día, lo cual para mí constituye lo auténticamente revolucionario si se viene a ver.
Lo cierto es que si Chely Cueto no ha actuado por su cuenta, como sospecho, ya que en la comunidad es conocido como connotado informante, por no decir “chivato” que es como lo denomina la gente, queda demostrado que Etecsa más que para acercarnos el mundo funciona para censurar el acceso al servicio telefónico, lo mismo de quien tenga las posibilidades de algún contrato, que de alguien del vulgo como yo que a lo máximo que puedo aspirar es a los servicios de un centro comunitario de los que ahora también he quedado excluida. Por lo que puedo apreciar, como si viviera en el tiempo de los “indios”, al parecer a mí lo único que me quedan reservadas son las “señales de humo”, y para eso ¡también los fósforos y el combustible están escasos…!
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Mientras en África la mitad de la población tiene teléfonos moviles y en Cuba, con once millones de habitantes podría haber un millón y medio de unidades, yo formo parte de la multitud de ciudadanos de a pie que todavía no han realizado algún contrato con esa compañía que posee el monopolio de la telefonía en Cuba: Etecsa. Especialmente luego que esta compró los últimos intereses que quedaban a corporaciones extranjeras con las que por algún tiempo sostuvo transacciones (hasta que le dejaron totalmente montada la infraestructura necesaria).
Todavía no poseo móvil, para muchos como yo un medio inaccesible por el momento a causa de los elevados precios para su inversión inicial y mantenimiento; mucho menos un teléfono fijo, que en el caso de mi pueblo, Taguayabón, constituye un privilegio reservado para los que de una forma u otra se beneficia el dueño de Etecsa, el mismo de todos los grandes negocios en Cuba.
Contrasta el hecho por ejemplo, de que ninguna institución religiosa, de las muchas que posee la localidad, goce de este beneficio, ni la logia de All Fellows, ni la iglesia católica, pentecostal o el salón del Reino de los Testigos de Jehová, ni siquiera la iglesia bautista, con setenta y cuatro años de existencia y a pesar de realizar varias veces la solicitud en el pasado.
A pesar de mi no existencia todavía en el mundo de las telecomunicaciones no obstante el siglo XXI, he escuchado los testimonios de aquellos que ya han incursionado y se quejan de las trampas de Etecsa. Los desmanes de Cubacel por ejemplo llegan al límite de que en esa red social que llaman twitter, también desconocida para mí, me cuentan que a cada rato alguien tiene que esgrimir una divulgada etiqueta conocida como #CensuraCubacel para denunciar cualquier modalidad de las muchas que dicen se implementan como servicio para la policía política que domina este país, y a la medida de muchos de sus irrespetados clientes.
Cuando el cuerpo represivo lo ordena cualquier teléfono, fijo o móvil, queda sin servicio, a veces durante varios días, como ocurrió cuando la visita papal; recuérdese aquella descarada operación con la cual la Seguridad del Estado celebrara su 53 Aniversario el 26 de marzo de 2012 denominada «Voto de Silencio», con más record de interferencias que las que pueda desatar cualquier tormenta solar por fuerte que fuere. Con esos truenos, como decimos en cubano, a cualquiera de a pie como yo se le van las ganas de montar en el tren de los conectados.
Ni hablar de la ausencia de Internet para cualquier cubano, un amigo me comenta que resulta inadmisible que todavía en el salón de Etecsa de Santa Clara, por ejemplo, se niegue el servicio de conexión a los cubanos a quienes se prohíbe la venta de tarjetas para navegación, incurriéndose con ello en una violación flagrante a la Constitución que declara que nadie podrá ser discriminado por su origen nacional, pero así las cosas.
El colmo de los colmos resultó para mí cuando el otro día fui a hacer uso de una de las pocas opciones a las que he quedado relegada y el encargado, nombrado Chely Cueto, me dijo que a personas como yo no se ofrecerían más servicios en su negocio. Se trata de uno de los cinco centros agentes o comunitarios que tenemos en el poblado y que consiste en dos teléfonos, uno para recibir llamadas y otro para realizarlas, ubicados en casas y administrados por sus dueños y que cobran de acuerdo a tarifas preestablecidas teniendo en cuenta el tiempo y distancia de las llamadas realizadas, o por el envío de recados casi siempre consistentes en avisos previos de llamadas para horas determinadas con tiempo suficiente de anticipación.
Pues bien, fui a reclamar a Chely quien había incumplido su responsabilidad al no avisarme de un recado, aun conociendo de problemas que tengo con varios familiares enfermos, como el caso de mi padre con severos problemas cardiovasculares. La defensa de Chely, de manera ofensiva e incluso ante la presencia de otros clientes fue que yo quedaba excluida totalmente de sus servicios por ser una “contrarrevolucionaria”, y todo esto por los contactos que sostengo desde hace algún tiempo con opositores al régimen, aun cuando hasta ahora no me había afiliado a ninguna organización, especialmente con miembros del conocido partido opositor Cuba Independiente y Democrática, del cual ahora sí que estoy decidida a fundar una delegación, y porque a título personal nunca me quedo en silencio ante todas las injusticias que se cometen cada día, lo cual para mí constituye lo auténticamente revolucionario si se viene a ver.
Lo cierto es que si Chely Cueto no ha actuado por su cuenta, como sospecho, ya que en la comunidad es conocido como connotado informante, por no decir “chivato” que es como lo denomina la gente, queda demostrado que Etecsa más que para acercarnos el mundo funciona para censurar el acceso al servicio telefónico, lo mismo de quien tenga las posibilidades de algún contrato, que de alguien del vulgo como yo que a lo máximo que puedo aspirar es a los servicios de un centro comunitario de los que ahora también he quedado excluida. Por lo que puedo apreciar, como si viviera en el tiempo de los “indios”, al parecer a mí lo único que me quedan reservadas son las “señales de humo”, y para eso ¡también los fósforos y el combustible están escasos…!
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