CELAC, la indolencia hemisférica
La Habana. Una cosa quedó clara en la recién finalizada Cumbre de la CELAC: los gobiernos vecinos han abandonado al pueblo de Cuba, han desoído los innumerables reclamos de libertad de los opositores cubanos que, como respuesta a su activismo pacífico en la Isla, reciben persecución, insultos, golpes, cárcel. Los líderes regionales han dado el espaldarazo que necesitaba una dictadura establecida hace 55 años atrás, y algunos lo han hecho con el mayor entusiasmo.
Los políticos que se han dado cita en La Habana llegaron a ser jefes de sus respectivos Estados mediante elecciones democráticas, compitiendo con partidos contrarios a los propios. Y aunque ahora ellos son los principales responsables de sus gobiernos, están obligados a compartirlos con una oposición que también cuenta en las decisiones clave. Su gestión se enfrenta constantemente al escrutinio público, deben respetar la libertad de expresión y asociación y garantizar la seguridad de todos sus ciudadanos, sin distinción.
Y dado que Cuba no cumple con ninguno de estos requisitos básicos que debe poseer cualquier Estado moderno, los políticos de Latinoamérica y el Caribe son, cuando menos, incoherentes; porque no es éticamente correcto defender valores que son universales circunscribiéndolos a las fronteras nacionales. Los valores universales de la democracia, la libertad, los derechos humanos y otros que, aunque mencionados como conceptos separados son, en definitiva, redundantes, no pueden defenderse para cada país por separado. No puede ser que un sistema de gobierno en donde exista pluripartidismo, separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), elecciones libres y periódicas, prensa independiente del Estado y en donde no se conciba un presidio político, reconozca la legitimidad de otro sistema de gobierno que no cumple con ninguna de las condiciones anteriores. Cuba es el único país de este hemisferio que desprecia cada uno de esos valores a los que, sin embargo, otras naciones presentes en la Cumbre están obligadas. Es contradictorio que, en el nombre de la diversidad, se reconozca a un miembro que no la respeta hacia dentro de su país.
Por lo tanto, los aplausos que siguieron a las declaraciones de la parte cubana en la II Cumbre de la CELAC también eran la aprobación una dictadura. Los que siguieron a las palabras de otros jefes de Estado que dieron abiertamente su apoyo al régimen cubano también constituyeron el mejor ejemplo del desprecio que poseen tantos gobiernos del continente hacia el pueblo de Cuba. Ello era la prueba de que Latinoamérica y el Caribe sigue siendo, en su mayor parte, un conjunto de naciones fragmentadas cuyos intereses comunes no son ni tan elevados ni tan elaborados. “Nuestra América”, como la llamó José Martí, desafortunadamente aún permanece desunida y todavía con un largo camino que recorrer hacia una integración perdurable. La patria de ese gran cubano es, de hecho, la “papa podrida” en el saco, y su presencia afecta a todos los demás o pone en duda la madurez de muchos como estados verdaderamente democráticos. Los raseros de su política exterior deben ser corregidos.
No obstante a la actitud despreciable de la mayoría de los líderes de los países vecinos, hubo ejemplos aislados de solidaridad con los cubanos que no estaban allí; con los que estaban presos o secuestrados por la policía política, que en los últimos días desplegó uno de los mayores operativos en años recientes para asegurarse que no hubiesen manifestaciones de descontento popular durante la celebración de la cita regional. Es preciso mencionar al presidente de Chile, Sebastián Piñera, quien se reunió con una representación de la disidencia cubana, o a una delegación de Costa Rica que tenía planificado un encuentro con un sector de la oposición. También tuvo valor la actitud del presidente de Panamá, que como protesta por una reciente violación a la soberanía del Istmo por parte de Cuba, no se presentó personalmente en la Cumbre.
Ojalá la CELAC funcione como un foro de naciones mancomunadas y sirva para el desarrollo común de todos los países miembros. Pero mientras las reuniones se sigan poblando de palabras huecas o participantes indeseables, se avanzará poco respecto a los objetivos que en verdad necesita este hemisferio. La indolencia ante las actitudes y los discursos dictatoriales debe cesar.
Los políticos que se han dado cita en La Habana llegaron a ser jefes de sus respectivos Estados mediante elecciones democráticas, compitiendo con partidos contrarios a los propios. Y aunque ahora ellos son los principales responsables de sus gobiernos, están obligados a compartirlos con una oposición que también cuenta en las decisiones clave. Su gestión se enfrenta constantemente al escrutinio público, deben respetar la libertad de expresión y asociación y garantizar la seguridad de todos sus ciudadanos, sin distinción.
Y dado que Cuba no cumple con ninguno de estos requisitos básicos que debe poseer cualquier Estado moderno, los políticos de Latinoamérica y el Caribe son, cuando menos, incoherentes; porque no es éticamente correcto defender valores que son universales circunscribiéndolos a las fronteras nacionales. Los valores universales de la democracia, la libertad, los derechos humanos y otros que, aunque mencionados como conceptos separados son, en definitiva, redundantes, no pueden defenderse para cada país por separado. No puede ser que un sistema de gobierno en donde exista pluripartidismo, separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), elecciones libres y periódicas, prensa independiente del Estado y en donde no se conciba un presidio político, reconozca la legitimidad de otro sistema de gobierno que no cumple con ninguna de las condiciones anteriores. Cuba es el único país de este hemisferio que desprecia cada uno de esos valores a los que, sin embargo, otras naciones presentes en la Cumbre están obligadas. Es contradictorio que, en el nombre de la diversidad, se reconozca a un miembro que no la respeta hacia dentro de su país.
Por lo tanto, los aplausos que siguieron a las declaraciones de la parte cubana en la II Cumbre de la CELAC también eran la aprobación una dictadura. Los que siguieron a las palabras de otros jefes de Estado que dieron abiertamente su apoyo al régimen cubano también constituyeron el mejor ejemplo del desprecio que poseen tantos gobiernos del continente hacia el pueblo de Cuba. Ello era la prueba de que Latinoamérica y el Caribe sigue siendo, en su mayor parte, un conjunto de naciones fragmentadas cuyos intereses comunes no son ni tan elevados ni tan elaborados. “Nuestra América”, como la llamó José Martí, desafortunadamente aún permanece desunida y todavía con un largo camino que recorrer hacia una integración perdurable. La patria de ese gran cubano es, de hecho, la “papa podrida” en el saco, y su presencia afecta a todos los demás o pone en duda la madurez de muchos como estados verdaderamente democráticos. Los raseros de su política exterior deben ser corregidos.
No obstante a la actitud despreciable de la mayoría de los líderes de los países vecinos, hubo ejemplos aislados de solidaridad con los cubanos que no estaban allí; con los que estaban presos o secuestrados por la policía política, que en los últimos días desplegó uno de los mayores operativos en años recientes para asegurarse que no hubiesen manifestaciones de descontento popular durante la celebración de la cita regional. Es preciso mencionar al presidente de Chile, Sebastián Piñera, quien se reunió con una representación de la disidencia cubana, o a una delegación de Costa Rica que tenía planificado un encuentro con un sector de la oposición. También tuvo valor la actitud del presidente de Panamá, que como protesta por una reciente violación a la soberanía del Istmo por parte de Cuba, no se presentó personalmente en la Cumbre.
Ojalá la CELAC funcione como un foro de naciones mancomunadas y sirva para el desarrollo común de todos los países miembros. Pero mientras las reuniones se sigan poblando de palabras huecas o participantes indeseables, se avanzará poco respecto a los objetivos que en verdad necesita este hemisferio. La indolencia ante las actitudes y los discursos dictatoriales debe cesar.
Por Víctor Ariel González
Fuente: Bloqueo informativo al pueblo cubano, suplemento de La Nueva República
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