Los foros regionales de los países pobres tienden a ser un espectáculo deplorable, lleno de hipocresía, con el agravante de la miseria que representan los líderes que allí se reúnen. Se dan fastuosos recibimientos y reuniones, se preparan hospedajes de lujo para los cuerpos diplomáticos y se brinda extensa cobertura mediática: todo pagado por gobiernos populistas de naciones empobrecidas que luego venderán su “futuro luminoso” como un producto de alta demanda pero que, en muchos casos, es de consumo obligatorio.
Muchos dictadores, o aspirantes a serlo, se dan cita en centros de convenciones para desbarrar contra el mercado mundial o el FMI. Critican el capitalismo, aunque les encantan los lujos y, desde que fueron elegidos como representantes de sus pueblos, se olvidaron de las promesas de sus respectivas campañas.
Muchos representantes de estas naciones subdesarrolladas visten de cuello y corbata. Parece que necesitan vestir muy elegantemente para echar la culpa de sus problemas a otros, principalmente a los países desarrollados, que dominan el mercado mundial e imponen su hegemonía. Así, el culpable de la situación cubana y de otras muchas calamidades es, por ejemplo, EE.UU. Y recientemente, en la cumbre del G-77 + China, que se celebró en Bolivia, nos han recordado aquella vieja y gastada canción de “nosotros somos los buenos y ellos son los malos”.
Sin duda América Latina es una región que pudo haber visto muchos más avances. Es cierto que la pobreza es un mal contra el que debe lucharse y que el mundo sería un lugar mucho mejor si la gente tuviese más acceso a bienes que, contradictoriamente, en otros países sobran (por ejemplo, la comida).
Pero el mundo funciona de la misma forma desde hace miles de años. No se trata de ser pesimista, sino de encarar los problemas desde una base realista: el subdesarrollo del Sur no existe porque el Norte sea desarrollado. No es el llamado “primer mundo” quien tiene la culpa de que el “tercer mundo” continúe a la saga. Los líderes de los países pobres –que son también, desgraciadamente, los países más ignorantes– insisten en culpar a las naciones más avanzadas por los estragos que provocan los propios gobiernos populistas del Sur. Son esos mismos gobernantes populistas quienes tratan de diferenciarnos de los países ricos y hacernos creer que son nuestros enemigos. Sus dictaduras se alimentan de ese antagonismo más ficticio que real.
Por eso, el mayor reto que puede enfrentar el llamado Sur es aceptar que la culpa de su atraso está en casa: por más recursos que tengan países como Venezuela o Argentina, no han podido evitar que sus economías sean un desastre. En el caso cubano, ya todos –o casi todos– saben que “el cruel y genocida bloqueo imperialista” no tiene la culpa de la ineptitud de los políticos locales.
Cuando esas naciones acepten que es responsabilidad de cada quien edificar su futuro, se habrá solucionado uno de los grandes problemas de los países pobres: asumir responsabilidad. Eso, más la ayuda que vendrá desde afuera (que siempre ha existido, pero hasta las ayudas que mandan los países ricos son manipuladas por los corruptos gobiernos de los pobres), debe servir para comenzar a ver avances.
Siempre quedará la opción que ofrecen el libre mercado y las democracias. Y aunque muchas naciones que han asumido el primero no son precisamente paradigmas de la libertad, se demuestra esa máxima de que para distribuir la riqueza, primero hay que crearla. Esa riqueza no se crea con discursos populistas, sino con economías eficientes.
¿Cómo entra a jugar aquí el caso cubano? En un país donde el enriquecimiento del ciudadano medio está casi prohibido, no será posible ver desarrollo. El gobierno cubano parece combatir, más que la pobreza, la riqueza y el bienestar del pueblo. Ese gobierno es el principal responsable de nuestro subdesarrollo como nación.
Por Víctor Ariel González