Yo mismo no soy más que un bastardo sin gloria
Por Víctor Ariel González Celaya*
En 2009, un director de cine que admiro realizó un film con el nombre Inglorious Basterds; lo cual, pasándole por encima a escrúpulos elementales de la ortografía inglesa, quedaría traducido al español como las mismas palabras con las que nombro este blog: Bastardos sin Gloria. También bajo este título se distribuyó el famoso film en Latinoamérica.
Me siento identificado con la denominación de bastardo sin gloria; pero para explicarlo, necesito definir a la “Revolución Cubana” como un ente filosófico parecido a la Trinidad: asexuada y siendo al mismo tiempo abuelo, padre y espíritu. Ruego me disculpe cualquier cristiano ofendido.
Bien, generacionalmente hablando, soy un nieto de la Revolución; pero ideológicamente nací después de la separación entre mis padres y ella. Soy más bien el fruto de un romance con la disidencia, que cuando nací abarcaba desde un casete de Álvarez Guedez hasta un pedazo de carne en el mercado negro. Eran las ilegalidades que entraban en casa cuando la celosa Revolución no estaba mirando. Una relación prohibida, acelerada por aquel sentimiento que había en muchos hogares de quienes presenciaron el Mariel, los Procesos de Rectificación de Errores, la Causa 1/89 o la llegada del Período Nada Especial, esas violentas sacudidas propias de una familia disfuncional, que provocaron que el matrimonio ideológico con el castrismo terminara muy feo.
Por eso fue que aprendí desde niño a no querer a los “líderes históricos”. Aprendí a quedarme callado y a no decir “¡Seremos como Aquél!” si nadie estaba mirando. Aprendí a no creerme del todo la Historia de Cuba que rumiábamos en la escuela. Y siempre creí notar que la Revolución me miraba con recelo, como si supiera desde siempre que yo no era de su misma sangre.
Hoy en día, no puedo evitar el morbo que me ofrece su agonía. La observo, toda conectada a artificios que alargan la despedida, y no la compadezco en nada. Veo que ahora me mira con desprecio –la Revolución supo desde hace mucho la traición de mis padres–, pero yo la miro con algo que vale más y que ella no tiene: muchos años de ventaja. Por supuesto, la Revolución se niega a reconocerme. Muy bien. Yo tampoco quería su apellido.
Y como me niego desde ya a tomar el batón que me querrá pasar la generación de arriba (la de los hijos de la Revolución); como prefiero dejarla largar los pies en una carrera desesperada por su propia supervivencia, es que sé no entraré en su “gloria”. Favor que me hacen.
Por último, bautizo este blog en plural, en honor a todos los que, como yo, nacieron fuera del matrimonio espiritual con el régimen cubano.
Así es que pido permiso a Quentin Tarantino para utilizar el nombre de su película. Aprovecho y le pido perdón por no haber esperado respuesta a mi petición, pero igual creo que estaría demasiado ocupado él para contestarme. Después de todo, yo mismo no soy más que un bastardo sin gloria.
*Víctor Ariel González Celaya es un nuevo periodista independiente. Ha creado el blog Bastardos sin Gloria y reproducimos si primer artículo. Víctor personifica el tipo de ciudadano sobre el cual descansa el futuro de Cuba: honesto, valiente y comprometido con la libertad y la democracia. Es un Ingeniero Civil que los ideales y las circunstancias han convertido en periodista. Para definirlo no habría mejores palabras que las de José Martí en aquellos versos juveniles que desde la prisión escribió a su madre: “Piensa que nacen entre espinas flores. El CID lo felicita e invita a nuestro lectores a que visiten las futuras publicaciones de su blog.
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