Inversión Extranjera: una ley, dos discursos
Los artículos que hablan sobre el tema más recurrente sobre la actualidad cubana, la nueva Ley de Inversión Extranjera, muestran dos discursos contradictorios. Quieren demostrar que el socialismo como modelo es posible, mas no aceptan que esa posibilidad exista gracias al capitalismo, su archienemigo. Lo cierto es que sin dinero, no hay socialismo que valga: los materiales para construirlo salen excesivamente caros.
Los altos dirigentes han llegado a la conclusión de que la intransigencia no sirve cuando se está solo. Venezuela ya no es una carta segura; por lo tanto hay que cambiar el juego que permitió al régimen cubano sobrevivir los últimos quince años. Pasó lo mismo cuando la metrópoli soviética desapareció y hubo que realizar aperturas a la inversión extranjera. El de ahora es un escenario similar a aquél, pero sus actores han cambiado junto a la realidad global y los paradigmas, que dejaron de ser los de antes. La nación cubana ha ido deformándose –la crisis extendida por décadas es la causa– y las generaciones post-soviéticas no le dan a los viejos símbolos el mismo significado que se les diera antes.
La experiencia de aperturas económicas previas condiciona a varios inversionistas que se atrevieron a poner capitales en Cuba y que hoy no quieran regresar. Inclusive, puede que algunos de ellos hayan hecho advertencias sobre los riesgos que implica negociar con los dirigentes cubanos. Y es que Cuba puede ser ciertamente un mercado virgen, o un país trabajador que está ávido de consumo (tales rasgos lo harían atractivo para invertir), pero como mismo se “aprueba” de un día para otro una ley que protege a los capitalistas que vienen a invertir, mañana se elabora otra que nacionalice sus negocios por una “cuestión de interés público” (así se ha anunciado en la ley). En tal caso los inversionistas, decepcionados e inconformes, se sorprenderán cuando vean de nuevo un “consenso unánime” en los diputados del mismo Parlamento que antes los invitase a la fiesta, y que luego ha decidido quitarles las empresas. Ya se ha hecho antes.
Se dice que la recién nacida “es una ley que beneficia las políticas de la Revolución en el camino del socialismo”, cuando fueron precisamente las políticas de la Revolución las que violentaron las inversiones que abundaban en el país, durante los meses en los cuales camino del socialismo no era más que una acusación que hacían los enemigos del pueblo a la naciente tiranía.
Permitir la inversión extranjera en Cuba “no quiere decir bajo ningún concepto que se venda el país al mejor postor”, se han apurado en aclarar los funcionarios de la Isla. Afirmando tal cosa, se ponen en evidencia pues reconocen que esa es la primera reacción no sólo del público, sino también lo primero que piensan ellos mismos. Pero “la atracción del capital extranjero está orientada hacia grandes y necesarios proyectos que contribuyan al desarrollo económico y social de Cuba”, cuestiones a las que está obligado un régimen cuya deuda de promesas incumplidas pesa cada vez más.
Según el ministro de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, con esta ley se trabajará “sobre la base de nuestros proyectos y necesidades, (…) dándole prioridad a las asociaciones y empresarios serios, con buena situación financiera y que por supuesto, no estén involucrados en acciones contra Cuba de ninguna índole” ¿Quiénes serán? Los mejores candidatos son estados similares al cubano en cuanto al trato que dan a su ciudadanía y la carencia de derechos humanos. En este discurso, para empezar, se evidencia la arrogancia de un funcionario público que cree conocer “nuestras necesidades”, muy distintas entre la clase dirigente –a la cual él pertenece– y el pueblo cubano.
Por otra parte en cuanto a la posibilidad de que los cubanos residentes en el exterior inviertan en el país, se dice que “la Ley de Inversión extranjera vigente contempla esa opción”. Es difícil imaginarse un empresario cubano residente en el extranjero, con buena situación financiera y a la vez serio, que quiera involucrarse con los sátrapas del comunismo caribeño.
“Existirán agencias empleadoras por sector de inversión que facilitarán la contratación del personal cubano (…) Serán igualmente las encargadas de negociar el salario de los empleados y otras condiciones de trabajo” Esta es una forma de esclavitud moderna: si un extranjero quiere pagar bien a sus trabajadores no podrá hacerlo porque el gobierno cubano no quiere.
El crecimiento del PIB en años anteriores ha sido del 3.1% (2012) y del 2.7% (2013). Se planea que para 2014 el crecimiento sea del 2.2%, lo que significa que hay una franca desaceleración. Si el comportamiento de la economía cubana en los últimos años no ha propiciado el grado de satisfacción que espera la nación, que se ve reflejado en esos números, ¿cómo estar seguros de que ahora sí va a haber resultados que eleven los índices económicos positivos?
No debe sonar atractivo para un inversionista que esta se trate de una propuesta de Ley “desde la convicción socialista de nuestra economía”, como ha afirmado el diario Granma. En cuanto a si es necesaria y oportuna, cabe preguntarse si llegó en el tiempo justo y no demasiado tarde. Quizá sea un poco pronto para también darle la calificación de “acertada” que le han puesto los analistas de la oficialidad.
Tampoco debe ser alentador el comentario oficial de “nadie imagine un tropel de inversionistas ‘plantando’ fondos donde y del modo que quieran”. Esto, antes de ser una garantía, es de un desincentivo poco disimulado. Además, la política de inversiones se materializará basándose en las necesidades del país, es decir, los intereses de los dirigentes. Veremos quién está dispuesto a seguirles su errático paso.
En definitiva, esta ley estará emparentada con sus homólogas asiáticas en China o Vietnam, con mayor o menor apertura. Los estudios que se han realizado sobre experiencias previas en otros lugares del mundo acusan estos dos ejemplos. Se ha hablado mucho a los cubanos sobre el significado político de esta nueva ley, en principio económica. Ahora cabe preguntarse qué le habrá dicho al mundo el gobierno de La Habana por tal de sacar el país a la subasta mundial para “salvar el socialismo”. No sería de sorprender que el discurso nacionalista que se ha dado al pueblo cubano sea muy distinto cuando se dirige al exterior.
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Por Víctor Ariel González
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