Ultima foto del cuerpo de Laura Pollán, tomada por el Rev. Ricardo Santiago Medina Salabarría
Arreglo Floral dedicado a Laura Pollán, roto por la SE en la vía pública
Por: Ricardo Santiago Medina Salabarría
En la lluviosa tarde del 14 de octubre partía a la casa del Padre Laura Inés Pollán Toledo, sin que se hubiesen precisado aun las causas de muerte.
El periodista independiente Lucas Garves se encontraba de visita en mi casa cuando recibió en su móvil una llamada telefónica. Era el ex prisionero de conciencia Adolfo Fernández Saínz, desde Radio Martí, con la intención de confirmar la noticia de que Laura había sufrido un paro cardiaco. Nosotros aun no estábamos al corriente de eso, pero prometimos informarnos con inmediatez.
Llamé a Berta Soler, su móvil decía que estaba apagado o fuera del área de cobertura. Logré contactar con Laurita y me confirmó la noticia. Ella ya iba camino al hospital Calixto García. Lucas se fue al hospital y se comprometió a mantenernos informados. Llegando nos llamó y nos informó que hacía 15 minutos había fallecido. Mi esposa Katia se sumió en llanto y yo elevé mis primeras oraciones por el eterno descanso de su alma. Allí comenzamos una red de comunicación con todos los delegados del Partido Cuba Independiente y Democrática (CID) a nivel nacional.
Katia y Aimé Cabrales salieron rumbo al hospital temiendo que la policía política les impidiera participar en el funeral. Una vez allí supieron que aun se desconocía lo que harían con el cuerpo sin vida de Laura. Se valoraban dos opciones: velarlo e incinerarlo o incinerarlo sin ser velado. Felizmente, resolvieron velarla y anunciaron que sería en la funeraria Calzada y K, del Vedado. Katia me lo comunicó enseguida.
Salí con Abdel Rodríguez Arteaga rumbo al hospital a esperar por el traslado del cuerpo. Llegando allí se decidió que siguiéramos para Calzada y K. Tomamos un taxi. Al llegar al Vedado solo la funeraria estaba sin electricidad. El parque del frente estaba minado de agentes de la seguridad del estado. Berta nos dijo que fuéramos para la funeraria nacional ubicada en Infanta y Benjumeda, municipio Centro Habana. Así, continuamos viaje en el mismo taxi y comencé a comunicar con Yoani Sánchez a quien le había prometido informarle de cualquier cambio.
Ya en la funeraria nacional esperaban las agencias de prensa. Esperamos por el cuerpo hasta pasadas las 12 de la madrugada. Coordiné con la oficinista para que nos prestara una bandera cubana para cubrir el ataúd y no tener que regresar a mi casa —a dos cuadras de allí— por temor a ser detenido. Ella se comprometió a prestarla.
Llegó el cadáver y pidieron que dos personas pasaran a vestirlo. Pedí permiso para colocarle un rosario que me habían obsequiado de Tierra Santa. Katia trajo una docena de gladiolos que había en mi casa. Pasé al recinto y quedé perplejo al ver el grado de inflamación del cuerpo.
Descubrí que habían mentido en los partes médicos cuando decían que las funciones renales estaban perfectas, esos edemas podrían haberse evacuado con diuréticos y sinceramente no creo lo hayan hecho por dos razones:
1- Porque con esa retención de líquidos se inhibe la capacidad de ventilar de los pulmones, la sangre fluye menos y se provoca el paro cardiorespiratorio.
2- Porque en caso de no producirse el paro cardiorespiratorio la falta de oxígeno en el cerebro dejaría secuelas cerebrales severas; Laura sería entonces un vegetal.
Dos personas entraron al lugar como servicio de necrología. Berta me entregó la ropa y vestí el cuerpo sin vida de mi hermana Laura. Coloqué el rosario en sus manos y sobre el lado izquierdo tres gladiolos, símbolo de su lucha por la libertad de todos los presos políticos. Berta pintó sus labios; yo le maquillé los ojos y peiné su cabellera. Le pedí ayuda a los funerarios y se negaron. Ni aun ofreciéndoles dinero accedieron a ayudarme; sólo la depositaron en el ataúd. Berta besó su frente; hice lo mismo diciéndole que siempre quedaría entre nosotros. Allí tomé la última foto del cuerpo sin vida de Laura Pollán (es la que ilustra este post).
Subimos a la capilla. Ya se habían concentrado cerca de doscientas personas en la funeraria. Pedí la bandera y la oficinista se negó diciéndome que era sólo para combatientes. Me encontré con Maceda (esposo de Laura); me pidió que estuviese presente en la cremación y accedí con honor. Pedí a todos en la capilla que me acompañaran a rezar el rosario por el eterno descanso de su alma. Así lo hicieron con mucha devoción. Las Damas de Blanco presentes mantuvieron una guardia de honor; luego fue el turno de los ex prisioneros y en general de todos los presentes.
A la 1:45 am un oficial de la seguridad del estado y un funerario con una carretilla subieron a llevarse el cuerpo. Le avisé a Ángel Moya y a Berta. Los tres les salimos al encuentro alegando que nos habían dicho que serían dos horas. Buscamos a Héctor Maceda que indistintamente había accedido a la solicitud y nos negamos. Maceda pidió 15 minutos más.
Así, a las 2:15 am cantamos solemnemente el himno nacional. Acto seguido, fue bajado el cuerpo, momento que aproveché para tomar una muestra de cabello con partículas de piel para que una mano amiga la llevara a un laboratorio en el extranjero con el fin de determinar a través de un estudio genético la verdadera causa de la muerte de Laura Pollán, pues el certificado médico en ningún momento reflejó DENGUE como la causa de su muerte. En su lugar se indicó “diabetes mellitus tipo II, bronconeumonía, virus Cincinnati”.
No volvimos a ver el cuerpo de Laura. Nos llevaron al crematorio del cementerio nuevo de Guanabacoa. Según la seguridad del estado el cuerpo debía ser revisado por medicina legal para aprobar la cremación. Al entrar al cementerio un oficial de la seguridad del estado nos vio llegar desde el portal y se escondió en una oficina donde luego —en un momento en que entraban a llevarles una bandeja de café—, vimos a cuatro más.
Después vi entrar un carro fúnebre; le pregunté al oficinista y me confirmó: “sí, es el caso de ustedes”. Berta y yo pedimos ver por última vez el cuerpo de Laura. Una señora muy enérgica nos dijo que estaba prohibido. La desmentí diciéndole que tenía información de una mirilla por donde se veía el proceso. Me repitió con fuerza: “está prohibido”.
Maceda nos pidió ser disciplinados y que le acompañáramos en el salón de espera. Accedimos por ser el doliente directo. La prepotente señora trajo en un sobre los aretes de Laura y una hebilla de pelo y Maceda firmó como constancia de que le fueron devueltas sus pertenencias.
Nos comunicaron que el proceso había terminado. Maceda me pidió que recibiera las cenizas y las entronizara en su casa donde había anunciado para las 9:00 am la apertura de un libro de condolencias. Eran casi las 5:00 am cuando llegamos a la sede de las Damas de Blanco. Cerca de cincuenta personas ya estaban allí. Colocamos la bandera. Ángel Moya y yo desocupamos una mesa donde deposité el ánfora.
Entre los presentes estaba Diosdado González (otro de los 75), mi ex compañero de prisión. Aproveché para saludarlos a él y a su esposa, Alejandrina García de la Riva.
A las 6:00 am todos rezamos el rosario junto a Laurita (hija de Laura Pollán). Para dar cumplimiento a la voluntad de su madre, anunció que había decidido compartir las cenizas de su cuerpo: una parte sería llevada al panteón familiar en Manzanillo; la otra sería esparcida en un campo de flores. Las cenizas no fueron expuestas porque Maceda encontró contraproducente hacerlo. Laurita se llevó el ánfora a Manzanillo.
Luego, en la mañana del domingo, me comunicó que las había depositado junto a los difuntos de la familia Pollán.A las 9:30 am dirigí el rezo de otro rosario y a las 12:00 meridiano rezamos el Ángelus por el alma de Laura, con el Santo Reposo.
Regresé a mi casa con un ramo de flores blancas que serían llevadas el domingo a la iglesia de Santa Rita, acción que no consumamos porque Katia, Aimé Cabrales, Elizabeth Kawooya Toca, Abdel Rodríguez Arteaga, Hans Delgado Arteaga y Juan Manuel Lara Vidal fueron arbitrariamente detenidos al salir de mi casa. Durante el arresto el teniente Juan de la seguridad del estado rompió el arreglo floral en la vía pública.
Sólo
me queda rezar por el eterno descanso de su alma, continuar su
infatigable lucha, apoyar al colectivo de mujeres que fundó tras los
sucesos de la Primavera Negra de Cuba (2003) y que dirigió por ocho
largos años. Seguiré brindando mi humilde vivienda para sede alternativa
de las Damas de Blanco y viviré con la confianza de que Laura Pollán
Toledo permanecerá para siempre entre nosotros.
Ricardo Santiago Medina Salabarría es miembro del Comite Ejecutivo Nacional del CID