Corrupción, complicidad y el descuido de los pueblos
La corrupción de la izquierda latinoamericana está haciendo metástasis: La derrota electoral de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, el fracaso del chavismo en las últimas elecciones parlamentarias, el voto de los bolivianos contra el presidente Evo Morales, quien pretendía perpetuarse en el poder a través de una reforma constitucional, y más recientemente, el escándalo protagonizado por el ex presidente Luiz Ignacio Lula Da Silva, acusado de lavado de dinero y fraude.
Sin embargo, ninguno de estos eventos parece hacer mella en la intransigencia ideológica del obstinado socialismo cubano, y el gobierno del General Raúl Castro continúa apoyando y defendiendo, a capa y espada, la inmoralidad desenfrenada de estos parias políticos.
Pero no existen antecedentes de sentido común por parte de los dirigentes políticos de la isla. La vieja autocracia del unipartidismo cubano prefiere seguir anclada en su rol de agitadores inescrupulosos que luchan desesperadamente por una bipolaridad ideológica que garantice el regreso a la “guerra fría”.
Es cierto que los pueblos latinoamericanos han sido víctimas, durante siglos, de las políticas depredadoras de los intereses capitalistas. La desclasificación de archivos secretos y la confesión de muchos involucrados han puesto al descubierto operaciones y programas secretos de gobiernos poderosos para controlar los recursos naturales de naciones empobrecidas por la corrupción de sus gobernantes.
No obstante, la desigualdad económica y otros inconvenientes de la economía de mercado que, como consecuencia de los nacientes capitalismos -a veces impuestos por esas políticas depredadoras- sufren los países tercermundistas, resultan apenas pequeñas y superables incomodidades comparadas con el saqueo permanente y despiadado que comete la izquierda socialista, atrincherada en sus discursos populistas.
Lula Da Silva, Evo Morales, el por fortuna fallecido Hugo Chávez , el farsante Nicolás Maduro, Daniel Ortega, Rafael Correa o Fidel y Raúl, son hijos de esa mafia genocida que engendraron Marx, Engels, Lenin y Stalin.
La lección que queda para los pueblos sigue siendo la misma que dio origen a la democracia. No se puede confiar el poder a un solo hombre o mujer, o ideología fanática que habla en nombre de todos.
Las riquezas de una nación y la libertad de sus ciudadanos es un patrimonio que no se puede sujetar a la voluntad de ningún gobierno, o los monstruos del apocalipsis socialista seguirán arrojando su metralla de calamidades sobre el descuido y la ingenuidad de una humanidad desventurada.
Por Ernesto Aquino
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