México junio 12 de 2012. En el acto en que Huber Matos fue reconocido y declarado Héroe de la Libertad en América por organizaciones democráticas del continente el dirigente cubano pronunció un discurso en el que planteó que:
El embargo estadounidense y la Posición Común de la Unión Europea deben pasar de ser una política de espera a una de esperanza.
Ninguno de las hermanos Castro tiene la credibilidad ni la legitimidad para negociar una transición pacífica en Cuba.
El camino del capitalismo no es el camino de la democracia. No lo ha sido en ninguna parte del mundo y no lo será en Cuba.
Señoras y señores:
La pasión del pueblo cubano por su soberanía y su libertad se forjó en las guerras de independencia contra España.
Durante la última, que comenzó en 1895 y terminó en enero de 1898, Madrid envió a Cuba 220.000 soldados, cien mil llegaron durante el primer año del conflicto.
Según algunos historiadores, ese fue el más grande desplazamiento militar de España a sus colonias. Cuba era un pequeño país que no llegaba ni a los dos millones de habitantes.
Fue devastador el costo de aquel conflicto para la economía de nuestro país y para su población. Las bajas españolas, entre fallecidos y enfermos, fueron de 70,000 hombres.
La familia de mi padre murió de hambre y enfermedades en la guerra de exterminio conducida por España.
Después de aquella epopeya independentista, generación tras generación de cubanos siguieron luchando por los sueños de José Martí:
Que la primera ley de la república fuera el respeto a la dignidad plena del hombre, en una patria, con todos y para el bien de todos.
Por esta tradición de sueños y sacrificios, cuando entre los cubanos se habla de heroísmo, hay mucho de qué hablar. La lucha por la libertad es gloria y tragedia en la historia de Cuba.
En esta noche tan especial, acuden a mi mente y a mi corazón las imágenes de compatriotas que fueron ejemplo de valor y compromiso. Cubanos que por sus méritos y sacrificios merecerían estar aquí con nosotros.
Lamentablemente no es posible.
Muchos perdieron la vida fusilados por intentar salvar a Cuba de la siniestra traición que acechaba a un entusiasta e inocente pueblo, que creyó haber encontrado la reencarnación de José Martí.
Otros murieron o fueron asesinados enfrentados a una tiranía que por más de medio siglo ha sembrado el luto, el odio y la desesperanza entre los cubanos.
Las ciudades, los campos, las montañas de Cuba, las prisiones y las olas del mar son testigos del heroísmo de miles de compatriotas que pagaron con sus vidas el sueño de ver a una Cuba libre.
Es larga la lista de héroes, entre ellos mis compañeros presos políticos plantados, hoy exiliados, que siguen en pie después de haber escrito páginas de honor durante largos años en prisión.
No puedo dejar de mencionar a dos muy recientes, dos que recogieron la antorcha y también se convirtieron en mártires.
La nieta de un gran amigo de mi juventud, una casi niña transformada luego en la indomable heroína de las Damas de Blanco: Laura Pollán.
El heroico y humilde negro que en la cárcel alternaba predicando el evangelio de Cristo y el evangelio de la libertad. Convencido de que, como Cristo, él estaba dispuesto a morir por los demás: Orlando Zapata Tamayo.
Por ellos, para ellos y en nombre de todos los héroes de Cuba, acepto este honor y este gesto de solidaridad.
Aprovecho la oportunidad para comentar algunos aspectos del problema cubano que nos pueden ayudar a entender el pasado y el porvenir de Cuba.
Nadie imaginó nunca que aquel pueblo que luchó contra España con tanta audacia, y que luego no descansó hasta emanciparse del tutelaje de los Estados Unidos, tendría que sufrir la traición de un dirigente cuya promesa pública fue consolidar la democracia pluripartidista que ya tenía raíces en Cuba, continuar el camino del progreso económico, acabar con la corrupción y materializar la justicia social a que todos aspirábamos.
Nadie pudo jamás imaginar que aquel pueblo noble, trabajador, alegre, creador de música y poesía, tendría que experimentar los horrores del totalitarismo comunista del pasado siglo.
Cuba no merecía esa maldición porque ningún pueblo mereció jamás tal pesadilla.
Quienes han tratado de justificar el comunismo en Cuba desde sus torres de marfil han cometido un gran error, pero sobre todo una gran injusticia.
Mucho menos pudieron imaginar los cubanos demócratas que tendría que pasar medio siglo para que una buena parte del mundo occidental despertara y se diera cuenta de que la revolución cubana era una estafa publicitaria.
Una estafa en la que participaron medios de comunicación, políticos y académicos que presuntamente estaban comprometidos con la democracia y con el respeto a los derechos humanos.
A pesar de todo esto y de mucho más, la libertad de los cubanos se vislumbra en el horizonte. Un nuevo amanecer comienza a disipar las sombras de una noche que parecía interminable.
Por esta razón en los últimos años se ha insistido en la posibilidad de una salida negociada al problema cubano. Una transición pacífica que evite la violencia.
Eso tiene sentido. La violencia política no siempre allana el camino hacia la democracia. Con frecuencia se ha transformado en un círculo vicioso de destrucción y de muerte.
Cuba debe construir su futuro por el camino de la reconciliación.
Pero algunos que se preocupan mucho por una transición pacífica parecen olvidar que el pueblo cubano es víctima de una violencia permanente.
Los miles de muertos han sido demócratas, los cientos de miles de presos políticos han sido demócratas, los perseguidos y encarcelados diariamente en Cuba son demócratas, los millones de exiliados son demócratas.
Mientras el régimen use la violencia, porque la dictadura es quien la practica, no habrá posibilidades de un diálogo ni de una salida negociada.
Es la dictadura la que tiene que dar el primer paso, es el régimen el que tiene que dejar de atropellar, condenar y asesinar.
Siempre he pensado que en las Fuerzas Armadas cubanas y en la nomenclatura, incluso en la policía política, hay cubanos que quieren un cambio auténtico y pacífico. Espero que puedan dar un paso y facilitarlo.
Pero nadie debe engañarse pensando que con Fidel o Raúl Castro hay posibilidades de un diálogo que no sea una trampa para alargar su control y ponerle otra máscara a su dictadura. Los conozco a los dos, los conozco muy bien y los conozco de cerca.
Hosni Mubarak en Egipto hizo amagos de negociar; eran trampas para ganar tiempo. Bashar al Assad en Siria presentó una constitución mientras sus tropas asesinaban civiles.
Los Castro no son diferentes. Hoy apoyan a Siria con el mismo cinismo con que declaran que en Cuba habrá cambios, pero que no serán cambios políticos, y lo admiten.
Señoras y señores, los cubanos no llevamos medio siglo luchando para que nos tomen el pelo, ni para transarnos ahora por una dictadura aliada con el capitalismo.
El capitalismo no es la democracia, aunque haya por ahí un montón de gente confundida con el asunto.
Las democracias más sólidas del mundo no fueron dictaduras que se convirtieron en sistemas capitalistas y de ahí navegaron hacia la democracia.
Esas democracias fueron el resultado de cambios políticos, de frenos políticos al poder de un rey o a una clase dominante.
Cambios políticos y económicos que debilitaron el monopolio de poder. Inglaterra y los Estados Unidos son ejemplos clásicos.
En Cuba, un cambio al capitalismo no es la solución.
Hacia el capitalismo cambió Rusia después del comunismo y hoy es un país donde se atropellan los derechos humanos. Hacia el capitalismo cambió China, que es el lugar con mayor número de violaciones de los derechos humanos en el mundo.
Por cierto, esos gobiernos, junto con el castrista, apoyan a la dictadura genocida de Siria y ambos han impedido la posibilidad de un arreglo que es la única esperanza para evitar una terrible guerra civil.
Hay millones de personas en los países democráticos que viven impresionadas por el progreso material en China.
No saben, o lo saben y no quieren tener en cuenta que, el progreso económico bajo regímenes autoritarios no es nada nuevo en la historia.
Lo alcanzaron en su momento Stalin y Hitler.
Brasil y México no han necesitado de una dictadura para prosperar, sino menos autoritarismo, menos privilegios de clase y más participación popular.
En ambos países falta mucho por hacer, pero ese es el camino. Más instituciones políticamente inclusivas y menos instituciones económicamente explotadoras.
Todo esto nos lleva a una sencilla conclusión.
El problema cubano no se resuelve con más cuentapropistas ni menos cuentapropistas. Ni se resuelve si cien empresas transnacionales van a Cuba a aliarse con los Castro, a aumentar la producción en la isla y explotar a los cubanos con sueldos de hambre, como hacen hoy día más de 200 empresas extranjeras en Cuba.
Una buena parte de la prensa occidental, la misma que durante casi medio siglo se dedicó a ensalzar los logros de la revolución sin decir que se financiaban desde el exterior, vive ahora creando tales expectativas. Quieren hacerle creer al mundo que los cambios económicos anunciados por Raúl Castro son la solución.
Han perdido de nuevo el foco de lo que es importante y fundamental para convertirse en propagandistas de la mentira.
El problema cubano es un problema político. Empieza a resolverse con una constitución democrática, con la construcción de instituciones democráticas, con leyes justas que no permitan que el rico abuse del pobre ni que el pobre le robe al rico.
El problema empieza a resolverse cuando deje de haber un grupo que desde el poder legisle a su favor, atropelle a los demás y explote a la población.
El problema cubano empieza a resolverse cuando la energía y la creatividad del pueblo tengan los horizontes y las fronteras abiertas en un clima de libertad y seguridad jurídica. Cuando haya polémica pública, periódicos, computadores, teléfonos, universidades libres, sindicatos e Internet sin restricción ni control. Cuando los campesinos sean los dueños de la tierra que trabajan.
El problema cubano no se resuelve cuando el actual régimen de Cuba tenga relaciones amistosas con los Estados Unidos. Relaciones amistosas tenía Washington con Hosni Mubarak, con Moamar Gadafi y con Bashar al Assad. Con estas tres tiranías negoció y contemporizó los Estados Unidos hasta que por los hechos se vio obligado a recapacitar y a rectificar.
Y ustedes se preguntarán ¿qué hacer, cuál debe ser el próximo paso?
La solución comienza con mayor solidaridad hacia los cubanos demócratas. Con los que están en el exterior pero sobre todo con los que se encuentran luchando en Cuba.
Cuba puede lograr la transición hacia la democracia si la comunidad internacional exige un cambio político auténtico y si el régimen es penalizado cada vez más por sus abusos.
Sin la presión internacional y sin las amenazas de penalidades, la dictadura en Egipto no habría cedido y las recientes elecciones no se habrían celebrado.
Sin la presión y el esfuerzo internacional Gadafi todavía gobernaría en Libia y, si bien es cierto que después de 42 años de dictadura todavía falta mucho para que ese país se encamine hacia la democracia, hoy hay una esperanza real.
Por estas razones, porque a los dictadores hay que castigarlos por sus atropellos, el embargo americano y la Posición Común de la Unión Europea deben dinamizarse y de políticas de espera deben convertirse en políticas de esperanza.
Por estas razones Latinoamérica debe condenar los atropellos del castrismo. Condenar a la tiranía es solidarizarse con los cubanos, no es aliarse con los norteamericanos.
El pueblo cubano necesita ahora más que nunca la solidaridad de los demócratas del mundo.
Ustedes son testigos de que los hijos de José Martí y Antonio Maceo no se han rendido nunca.
Este es un homenaje a un viejo combatiente que a los 94 años vive tan lleno de ilusiones como en los días que combatía por la democracia contra una dictadura en la Sierra Maestra, y que durante dos décadas de prisión siempre tuvo fe en que su pueblo no se dejaría vencer.
Que sea un homenaje para el pueblo de Cuba, para la juventud cubana que lo necesita y demostrará que lo merece.
Gracias a ustedes, gracias, amigos de Cuba, gracias, amigos de la libertad.