El fin del socialismo
Cuando los regímenes totalitarios se sienten seguros se levantan, groseros y autoritarios, sobre la cabeza de los oprimidos y ordenan, fustigan y someten sin contemplación; pero cuando su poder languidece y desmoralizados por la mentira, la ineficiencia y el abuso ven menguada su autoridad, convocan y movilizan a los oprimidos, amenazan y encarcelan a los rebeldes y en un esfuerzo supremo por disimular su aflicción atormentan la esperanza de sus pueblos arruinados, con los últimos fuegos de su histeria.
El socialismo es un sistema político que trata de inducir a los pueblos que gobierna a un estado vegetativo de la conciencia, porque ese es el único modo de que tras la muerte intelectual se manifieste, sonriente y conforme, el hombre nuevo. Pero el hombre nuevo no existe, es una utopía desequilibrada que nace de la inconformidad patológica que existe entre la ideología que la engendra y la multiplicidad de matices de la individualidad humana.
Sin embargo, todas las pruebas demoledoras de la historia que confirman el fracaso progresivo e irreversible de las políticas socialistas no consiguen que sus defensores se sientan motivados a practicar la lucidez. Por esa razón, el régimen cubano -que arremete trastornado contra todo propósito renovador que contribuya al desarrollo personal y la independencia económica de sus ciudadanos- ha convertido el VII Congreso del Partido Comunista en una nueva cruzada contra la libertad. Y para subvertir cualquier intento de modificar su política obsoleta, los octogenarios sacerdotes de la inquisición comunista han resucitado a su faraón, el tenebroso comandante en jefe.
Pero el VII congreso ha dejado claro el carcomido estado de salud del socialismo cubano, un sistema balbuceante en fase terminal que solo puede aspirar a la piedad de una eutanasia asistida. Los llamados a incrementar la “batalla ideológica en todos los frentes”, la insistencia en “trabajar para detener el decrecimiento en las filas del partido”, en “potenciar las acciones que contribuyan al objetivo estratégico de preservar y fortalecer la unidad patriótica y moral del pueblo en torno a la revolución y el partido” fueron algunos de los reclamos puntuales de la reunión partidista que dejaron al descubierto la agonía irreversible de un sistema político a la espera de ser sepultado.
Otra de las muestras del deterioro definitivo que sufre el comunismo de la isla fue el recién finalizado acto por el 1ro de mayo. El régimen cubano activó todos los recursos disponibles para sus acciones de guerra contra la voluntad popular y movilizó a decenas de miles de ciudadanos desde las primeras horas de la madrugada de ese día para lo que calificó de “marcha de reafirmación revolucionaria y de celebración y homenaje al 90 cumpleaños del comandante en jefe". Gritos, vítores y cantos de alabanzas al socialismo y a su “líder eterno” fueron los representantes de una histeria de masas, inducida por el chantaje, el miedo a los despidos laborales y otras furias que la policía política puede desatar contra los desobedientes, aunque tenemos que admitir que muchos de los asistentes a esos actos de barbarie ideológica van de “buena gana”, motivados por los beneficios económicos que les reportan sus empleos.
Para los que todavía piensan que la visita del presidente norteamericano a Cuba fue un intento de oxigenar y legitimar al gobierno del General Raúl Castro debían observar mejor los efectos posteriores de esa visita. Las intenciones del presidente Barack Obama son irrelevantes. Lo que cuenta es el impacto que produjo en la sociedad civil cubana y en la élite política. No hay dudas que la visita del mandatario estadounidense marcó un antes y un después en el inmovilismo nacional. El régimen cubano entró en pánico, y presa del nerviosismo y la paranoia arremetió, con todo el poder de su maquinaria propagandística y represiva, contra el más mínimo vestigio de independencia ciudadana.
Algunos podrán interpretar la nueva cruzada comunista de la tiranía cubana como una muestra de fuerza y poder; pero lo cierto es que toda esa agresividad desenfrenada de la dictadura militar castrista es un intento por enmascarar los estertores de una brasa chispeante que se apaga para siempre.
Por Ernesto Aquino Montes
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