La rebeldía saludable y la Rosa Blanca
Con hacer milicia de las pasiones necias de los hombres, no se cosechan frutos de bien y de progreso; y con pactos que socavan la honra viril y el amor propio, sólo se consigue saciar, con prisa y ligereza, los apetitos de vientre y de fortuna, con menoscabo de las virtudes que afirman y consagran.
Para un pueblo que a fuerza de látigo le nacieron espuelas; para un pueblo que extravió la esperanza del día de mañana, que no sabe del amor más que el lado que es vísceras y agobio (por la constancia en el ceder), es motivo de poderosos males, sentir que sus fuerzas son movilizadas para fraternidades corrompidas y acciones que empequeñecen y destruyen.
En los hombres, batallan sin cesar huracanes y brisas; ansiedades tormentosas y aspiraciones nobles. En su espíritu, maritan los opuestos para angustia y quebranto de sus triunfos. Azuzar sus egoísmos y vanidades, para obligarlos a padecer de sus propios instintos primitivos, es un crimen.
Ni calenturas de ánimo, con clamores de Baraguá, ni asociaciones ladinas, con nostalgias del Zanjón. El único camino, para sacar el alma de este pueblo de sus dobleces, sus inseguridades, y sus pantanos, es sacudirnos el polvo envenenado de los discursos bribones y trastornados que nos confunde la rebeldía saludable, y disponer el corazón al perdón y al abrazo, luciendo sobre el pecho, ¡Para Siempre!, como un fuego redentor, ¡LA ROSA BLANCA!
Por Ernesto Aquino
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