viernes, 18 de abril de 2014

Venezuela: la victoria de la juventud no debe ser malograda


En Venezuela no hay democracia porque no hay independencia de poderes, ni medios de comunicación libres y porque la influencia de la dictadura castrista es determinante en las decisiones que toma el régimen que representa Nicolás Maduro.  Estos son los problemas a resolver y la intervención castrista es la raíz del mal. 

El diálogo aparentemente propuesto por Nicolás Maduro eludirá estos temas porque el propósito real es el de reponerse de la derrota que le ha propinado la juventud venezolana. El diálogo es un respiro para retomar el camino dictatorial, continuar sosteniendo a la dictadura en Cuba y continuar robando mientras se amparan en la demagogia populista en Latinoamérica.  

Los castrochavistas fueron derrotados porque decidieron responderle con violencia a los estudiantes venezolanos. Creyeron que acusando a los manifestantes de ser parte de una conspiración fascista y asesinando y arrestando a unos cuantos muchachos y muchachas los aterrorizarían a todos. Confiaron en los métodos que el castrismo copió del comunismo soviético y en el silencio de los gobernantes latinoamericanos.  Se equivocaron con la solución represiva y expusieron al ridículo a sus socios de la CELAC. 

El régimen apuntó al miedo y en lugar de sembrar el pánico despertó el heroísmo en una juventud que en menos de dos meses ha conquistado la admiración de millones de personas en el mundo, entre ellos a la mayoría de los latinoamericanos.  Con su audacia, sus heridos, sus presos y sus muertos, los estudiantes han inyectado fe y visibilidad a la oposición democrática venezolana. Una hazaña difícil de imaginar hace algunas semanas. La victoria ganada por los estudiantes les pertenece a todos los demócratas pero no debe ser malograda. El que se cansa pierde y el que se equivoca también. 

El régimen se ha debilitado porque los indecisos han visto con claridad la cara cínica y brutal del chavismo, sumado a la desilusión de quienes  han dejado de creer que el gobierno actual los representa. La mayoría de los venezolanos rechaza las acciones criminales de los “colectivos” y de la “guardia” y responsabiliza a Nicolás Maduro de estos excesos y de la incompetencia del gobierno.  Maduro está más débil hoy que nunca.  Está manchado de sangre y ha demostrado que para él los intereses del castrismo son más prioritarios que los de Venezuela. La realidad de la intromisión castrista en Venezuela se ha convertido en un estigma difícil de manejar para burócratas y militares.

En el campo internacional el descrédito ha sido igualmente considerable. En la medida en que los jóvenes continúen siendo víctimas de la violencia se les hará más difícil a los políticos de la CELAC guardar silencio o seguir repitiendo que Maduro es un presidente legítimo al que se trata de destituir en las calles con una supuesta conspiración antidemocrática. Canadá, los Estados Unidos, Panamá y la Unión Europea han condenado los atropellos contra la oposición y aproximadamente 200 parlamentarios han denunciado a Nicolás Maduro en la Corte Penal Internacional.  

Ante este panorama interno y externo, Maduro y sus secuaces han invitado a un sector de la oposición a un diálogo para maquillar su imagen.  En estas reuniones no aceptarán  nada que ponga en peligro la consolidación del régimen. No lo va a permitir la dictadura castrista ni tampoco el chavismo minoritario y radical.  

El sector de la oposición que ha querido aprovechar “el diálogo” ofrecido por el gobierno no puede arriesgarse a fracturar  la unidad de la oposición, ni mucho menos a desplazar del escenario a una juventud que todavía tiene al régimen a la defensiva.  Esto sería dar un paso atrás muy grave y posiblemente irrecuperable. Tampoco se le debe facilitar la oportunidad a Nicolás Maduro y a sus aliados de presentarse ante los chavistas moderados, ante los militares y ante la comunidad internacional como gente capaz, flexible y con buenas intenciones.

Para evitar esto debe quedar claro, público y notorio que Venezuela no podrá tomar el camino democrático mientras no sean expulsados de su territorio todos los agentes de inteligencia, oficiales de las fuerzas armadas, represores y asesores cubanos y mientras no se elimine la multimillonaria subvención al castrismo.  

No hay democracia sin un gobierno que respete y dé libertad a la prensa, a la radio y a la televisión, sin  un sistema judicial independiente y sin un poder legislativo verdaderamente representativo. Un gobierno provisional que sustituyera al de Nicolás Maduro debe apoyar una autoridad electoral imparcial. Un proceso electoral transparente debe comenzar con la depuración de las listas de votantes y culminar con elecciones libres y un escrutinio estricto, todo bajo supervisión internacional. El sacrificio de los jóvenes venezolanos y la admiración y la solidaridad ganada dentro y fuera de Venezuela son un tesoro que no debe ser malogrado… “la lucha continúa”.

Dr.Huber Matos Garsault


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