martes, 22 de abril de 2014

La revolución de los camaleones





“Porque en política no se puede ser tonto”, explicaba mi profesor de historia en el último año del bachillerato, ante la pregunta de por qué, si Cuba era un país claramente anticomunista para mediados del siglo XX, Fidel Castro había traicionado la revolución con la que prometió restaurar la constitución de 1940. 

Es importante aclarar que “traicionado” no fue precisamente la palabra que utilicé aquél día. Hacerlo me hubiese costado quizá muy caro. De todas formas aquel profesor no se tomó a bien mi duda, porque en Cuba el solo hecho de no asimilar mecánicamente la doctrina histórica implica un grado inaceptable de disidencia. “Hay que tener cuidado, mucho cuidado con lo que se pregunta”, sentenció aquel hombre mal llamado “educador”. 

Acabo de recordar esta anécdota porque por estos días, como cada año, se rememora en los medios oficiales los sucesos de abril de 1961: los ataques aéreos, la proclamación del carácter socialista de la revolución y el desembarco armado por Bahía de Cochinos.

Siempre es esta una época donde abundan los reportajes conmemorativos y los testimonios de quienes vivieron de cerca los acontecimientos. Los medios oficiales dedican grandes espacios a decir lo mismo que se dijo antes, y que muchos cubanos están cansados de oír. La épica revolucionaria no resuelve los problemas actuales del país ni la miseria de la gente. 

Volviendo al tema específico de la traición al proyecto revolucionario inicial, no cabe duda que Fidel Castro engañó a la mayor parte del país. Supo aprovechar un momento de efervescencia popular para declararse socialista y crear la imagen del enemigo externo que le serviría para gobernar de la forma en que lo hizo durante casi cincuenta años. 

Aquella revolución, de la cual hoy no quedan sino ruinas, realmente no fue comunista en sus inicios. El propio líder del proceso lo desmintió en varias ocasiones: “esta revolución es verde como las palmas”, decía, para desmentir las suposiciones de muchos críticos que luego demostrarían no haber estado equivocados cuando le acusaban de socialista.

Por ese mimetismo que caracterizó al ex presidente Castro, el proceso que lideró recibiría luego el sobrenombre despectivo de “revolución de los melones: verde por fuera y roja por dentro”, en alusión al contenido estalinista del proceso cubano, en principio puramente emancipador, que pretendía restaurar la República que el golpe de Estado de 1952 violentó.

Si en los primeros años de su dictadura, el régimen cubano cambió los objetivos de una lucha en la cual contó con el apoyo del pueblo, en años recientes ha seguido demostrado esa camaleónica capacidad de renunciar a sus principios. Ha abandonado el socialismo para convertirse a un capitalismo atrasado y miserable, a diferencia del que existía en las décadas previas a 1959, período en el que Cuba emergió como una de las primeras economías de Latinoamérica.

Es la adaptación por conveniencia de la llamada “revolución” lo que ha permitido su supervivencia. Sus cambios de colores no han traído, sin embargo, un cambio en su contenido: sigue siendo totalitaria y represiva, como ha sido siempre desde que llegó al Poder.


Por Víctor Ariel González



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