lunes, 4 de noviembre de 2013

¿Qué le debo yo al Estado Cubano?


Nadie me preguntó alguna vez si yo quería vivir en la Revolución. Sencillamente nací y crecí en este país donde o se está a favor de ella o no se está. No es fatalismo, ni mucho menos resignación, porque no lamento ser cubano ni pienso ser heredero obligado de doctrina alguna; pero lo cierto es que quien nace en esta tierra parece ser, más que responsable por su presente, culpable de su historia pasada. Desde que se está en los primeros años de la escuela, se nos pone al tanto del gran sacrificio que tuvo que hacer un puñado de hombres para que todos los que vinimos después gozáramos de sus majestades. Ese pequeño grupo es presentado como el auténtico fabricante de la libertad, como el maná que cayó no del cielo, sino de la Sierra Maestra, o como los guías que llevarían a todo un pueblo por la ruta de los antepasados independentistas de tiempos inmemoriales. Cuando la Revolución llegó al Poder convirtió toda la historia subsiguiente en epílogo de sí misma.

Quien osa desafiar la perfección de esa Patria Prometida y ser opositor a su gobierno inamovible es un blasfemo, y como tal, su imagen y su palabra deben ser lapidadas. A esto es a lo que convocan los adeptos del régimen que dedican su tiempo a adorar a los ídolos del castrismo.

Supuestamente, al Estado nos debemos todos porque nos da educación y salud gratuitas, además de que subsidia una canasta básica y pone en práctica millones de programas de ayuda a los sectores más vulnerables en la sociedad más justa del mundo. Y todo esto sin distinguir opinión política porque, sin reparar en cuán desleales seamos algunos, aún tendremos estas prebendas.

Sí, el Gobierno Revolucionario luce extremadamente generoso. De ahí que una de las primeras acusaciones que surgen por parte de los defensores del régimen hacia sus detractores es la de malagradecidos u oportunistas. Sin embargo, no me siento aludido porque enseguida viene esta pregunta: ¿qué le debo yo al Estado Cubano?

La respuesta es: nada, absolutamente nada. Mi deuda con los dueños de Cuba es nula. Más bien son ellos quienes deben preguntarse cuánto le deben a este país, pero es que ya lo han hecho y por eso están tan espantados; porque saben que son demasiados sueños irrealizados, demasiadas familias rotas, demasiado sacrificio en vano. Y saben, de igual forma, que al mito de las gratuidades sólo le queda una mortecina luz de su poder hipnótico de antaño: cada vez la salud es más cuestionable, la educación más inútil y el racionamiento más insuficiente. La deuda del castrismo con el pueblo cubano es impagable. Quien crea deberle algo valioso a este sistema no es más que un producto genuino de su adoctrinamiento.

LNR 100 La Nueva Republica.pdf by Cuba Independiente y Democratica





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